El Gambarte fue mi infancia

Cuál es la primera relación que hago cuando me dicen Feliciano Gambarte. Recordar mi infancia y parte de la adolescencia. Porque muchos de mis fines de semana fueron en ese lugar. Tuve la suerte de vivir en Calle Belgrano a solo tres cuadras del Estadio. O por Montecaseros o por Avellaneda, el ir a la cancha era único. Porque al llegar a Balcarce no había boulevard y sí un zanjón.

No habían calles para cruzar y sí un pequeño puente de madera bastante roto. No había cemento, era todo tierra. Pero esas dos calles que marcaron muchos años de mi vida. Inolvidables. De muchos sueños en la ida. Y de muchas alegrías y tristezas en las vueltas. Llegar y entrar siempre por la puerta del Club. Mostrar el carnet (hoy ya vitalicio desde el 17 de Junio de 1997) y caminar hacia la cancha. Pararnos en el playón a charlar en la previa o esperar a un amigo para entrar juntos. Llegar temprano para en una época con mi viejo y mi hermano ver la cuarta a las 2 de la tarde, cuando todavía se salía por los camarines que daban a la pileta. Ir a la tribuna alta, comprar las mandarinas y llenar la bolsa con las cáscaras para ver quien se la tirábamos de los que pasaban por debajo medio distraído y se iba a la otra tribuna. Señal que era del otro equipo. O cuando los visitantes pasaban por detrás de la tribuna y desde el último escalón le decías algo, mientras los jugadores hacían la entrada en calor. En el entretiempo obviamente el cambio de tribuna: de la Costanera a la pileta. Del Oeste al Este. O en la Cubierta siempre justo al medio de la cancha.

Generalmente primera fila. Asientos de hierro. Duros, pero no importaba. No se rompían, no se cambiaban, no se tiraban. Con sol, con lluvia, con frío o con calor, el Gambarte nos esperaba siempre. De día o de noche, él estaba ahí. Nunca nos dejó, siempre se acuerda de sus hinchas. Por eso hoy no es un día. El Gambarte trae tantos buenos recuerdos que a uno, le dan SIEMPRE GANAS DE VOLVER.

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